El recordaba su niñez. En ese momento no lo pudo poner en palabras, pero lo
sintió; juró nunca más cagar en un tacho entre las chapas del rancho. Quería un
baño amplio, como los que se veían en las películas.
José Scoti nació en 1942 en un caserío
pobre. Los recuerdos de infancia surgen como islotes de memoria mientras el
automóvil oficial va hacía el Congreso de la Nación. Un carro de cartoneros,
prohijados por los ’90, le trae las imágenes de esa villa gris en los
alrededores de Burzaco, en el sur bonaerense. Seis hermanos, algunos de
distinta “guasca” -como le dirían en el barrio- todos guachos de padres pero
con la madre siempre presente. Siempre las madres están presentes para bien o
para mal. En su caso fue para bien. El único cariño que lo humanizó venia de
ella y de su tío. Los hermanos estaban también en sus afectos, pero eran
distantes al sufrir su liderazgo como el mayor a cargo cuando la madre los
dejaba durante el día. Ella trabajaba de domestica en esas casas que tenían un
baño como el que soñaba José.
Era inteligente, en la primaria se especializaba
en joder a los compañeros pero todo le era perdonado porque en los exámenes era
el salvavidas de media aula, sobre todo en historia, lenguaje y matemáticas. En
el secundario, donde a veces se forjan las amistades más profundas, conoció a los
que serian sus tres amigos de toda la vida. Los cuatro vivieron las aventuras propias
de al edad, incluidas las exploratorias al sexo con prostitutas, como era de
rigor en esa época. Juntos debutaron de uno en fondo. La excitación tapaba un
poco la nausea de lo grotesco. En él se asomaba una sensibilidad heredada de su
madre que se lo transmitió en los hechos; la dignidad del trabajo y el respeto
con la propiedad ajena. Pero “la calle” educa mas que la familia cuando la
ambición es revancha. En la calle hay una realidad de brutalidad absoluta producida
por la fuerza del dinero, “el gran moderador de la vida pública y privada” le
diría algún jefe capanga.
Sin profesión o herencia sólo veía el
camino de la política como alternativa de ser “alguien” pero no sabia como
empezar. Esa idea lanzada en su imaginario se encontraría con la oportunidad en
el futuro.
Los cuatro eran peronistas, habían vivido
en carne propia la alegría y el privilegio de ser niños en la década dorada. A
los 8 años él ayudaba a su tío los fines de semana, entusiasmado más por la
diversión que por la obligación. Mientras que pretendía levantar paredes el tío
le cantaba la marchita, “Todos unidos triunfaremos…” que él repetía a coro. A
esa edad José estaba curtido por la tragedia de la miseria, que surgía a golpe
de vista cuando acompañaba a su madre al centro. Esa conciencia de realidades tan
abismalmente distintas siempre dejan marcas en el alma.
El tío fue de los primeros en ir a la
Plaza el 17 de Octubre del ’45. Siempre recordaba que un día él le enseñó -riendo
a carcajadas- la foto de la portada del diario Crítica, donde aparecía alguien
subido a una columna de alumbrado; el tío le decía que era él que se subió para
verlo mejor a Perón saliendo al balcón de la Rosada. Nunca supo si se reía
porque era una mentira o de emoción contenida por el recuerdo verdadero. Se
enteró que los ladrillos y chapas para levantar la nueva casa se los daban la
Fundación Evita, y que por primera vez iba a disfrutar de un baño adentro. La
noche anterior a la mudanza vio a su madre llorar de alegría mientras cocinaba.
Años después él y sus tres amigos lo acompañaron a su tío en interminable
caravana para despedir a la que llamaban “abanderada de los humildes”. A los
trece años lo quiso acompañar pero su madre se negó, era el ’55 y su tío nunca
volvió. Era militante de la UOCRA y como muchos mas cayeron defendiendo la
dignidad de ser ciudadanos con derechos.
José ya había pasado por pocos empleos con
sueldos y patrones miserables. Ya recibidos del comercial, sus amigos entraron
como empleados municipales con un futuro gris pero asegurado. Habían logrado el
nombramiento, como casi todos, por favores debidos a algún familiar, una coima
o arreglo pertinente. No eran amantes del trabajo. El futbol, las mujeres y el
truco estaban entre sus primeras prioridades. El criticaba esa desidia, pero
por afecto, cada tanto era de la partida.
-¡Todo está en manos de la justicia y debemos ser respetuosos de los tiempos
y el debido proceso! Le respondía desafiante a la pregunta del periodista
novato, que casi lo increpaba al bajar del auto en el ingreso al Honorable
Congreso de la Nación. El tema fue tapa en algún diario sobre las denuncias de
corrupción hecha por los vecinos, en relación a su primera gran contratación de
servicios. El asunto había sido negociado seis meses después de asumido como
intendente. La recolección de basura representaba el 40% del presupuesto
municipal. La empresa estaba sospechada de tener ganancias siderales al incluir
los aumentos decretados como adicionales al mes de iniciar la contratación. La
letra chica que le dicen, la avalaba.
En los años ‘60 José logra ingresar al
sindicato de la UOCRA por los conocidos de su madre, los compañeros que habían despedido
a su tío en la capilla ardiente que se realizó en el local cerrado que el
sindicato tenia en Monte Grande. A los 23 años tenia sus primeros representados
en una fábrica de cemento armado. Allí pudo sentir por primera vez lo que significaba
tener poder. Se imagino que ese era el trampolín para saltar al Consejo
Deliberante. Pero para eso tenia que esperar a que la democracia volviera a su
cauce, algo que iba a ocurrir en los ’70, cuando la dictadura de la llamada
Revolución Argentina se declaraba incompetente por sus propias incongruencias y
el movimiento de pinzas entre el sindicalismo leal a Perón y las organizaciones
armadas que contaban con la aprobación del astuto general. Esa década fue para
José el aprendizaje de cómo se hace política a partir de alianzas, aprietes y
dinero, que él veía pasar de largo, mientras recordaba nombres y comprendía
como se formaban las estructuras de poder.
Comenzó a escalar con el retorno de
Perón. La sortija quedó en sus manos cuando conoció a Rucci. El secretario
general de la CGT era el elegido del líder para coordinar su retorno definitivo
a su patria, y José se ganó su confianza. Sus tres amigos le pusieron el cuerpo
y las ganas para ayudarlo en el ascenso. Si bien el trabajo en la “muni” los
acotaba, sacaron tiempo a sus vicios para apoyar al amigo. Pasaron largas
noches de invierno haciendo pintadas con
la frase “Perón vuelve y Viva Perón” sintetizada en forma de logo con la P
inserta en el espacio vacío dentro de la V. La “yuta” los corría y varias veces
los llevaron a la comisaría para fajarlos bien fajados, cosa de adoctrinar en
la carne y evitar la reincidencia. Pero los tres aguantaron. Apoyados más en
los códigos de lealtad que en la convicción partidaria. Eran peronistas pero no
entendían bien la cosa política, la Justicia Social como principio les quedaba
claro por experiencia, pero lo de Soberanía Política o Independencia Económica,
los intuían como el resto del pueblo. La elección por quien votar era una
cuestión de sentimientos hacia un líder o por afinidad de clase. Algo que
también sucedía en los partidos conservadores, donde la elección se basaba en
la tradición y en un concepto de libertad ligado más a la propia libertad de
hacer riqueza, que a reconocer el derecho de los trabajadores. José entendió en
esa época el sentido profundo del párrafo de la marchita que decía “…combatiendo
al capital”.
Todavía tenia fresco en su memoria el
aroma a pólvora del enfrentamiento en la Richieri, cuando se dividieron las
aguas a la diestra y siniestra del general. La contradicción doctrinal que tan
hábilmente había manejado desde Puerta de Hierro se evidencio en todo su
dramatismo al pisar el teatro de operaciones. El quedó a la derecha de Perón
junto con todo el sindicalismo “leal”. Desde el enorme palco construido
cortando la ruta, paralelo al puente de la 205, él y sus tres amigos y
compañeros se tirotearon con los “zurdos”, los tres salieron heridos, dos de
gravedad. A partir de ahí José se sumo a la cadena del odio por la sangre
derramada que duraría otra década, y más. La cosa se salió de control desde que
se supo que el “Brujo” puso a Osinde como encargado de seguridad. Fachos y
Zurdos en armas, eran los actores del conflicto dialectico en el medio de la
Guerra Fría. Pronto del otro lado de la cordillera la sangre también definiría un
solo ganador.
Ese año había ingresado al Consejo
Deliberante como 15º Concejal del Partido Justicialista local. Asumió en Mayo y
sobrevivió a las internas que terminarían arrasando con el gobierno de Cámpora
y ese mismo año con la vida de Rucci. El operativo Traviata asesinó de 23
balazos a su principal referente sindical. La fórmula Perón-Perón también termino un año después con la vida del Teniente
General y Presidente de la Nación. El autodefinido león herbívoro partió de
este mundo con el grado mas alto del ejercito Sanmartiniano. La muerte corría
el telón al más importante y controversial político argentino del siglo XX.
Mientras tanto el “Brujo” sembraba el terror. En el país se desató la bestia
fascista que enhebraba los caireles color sangre convencido de su misión
sagrada. La edad oscura de la República había llegado y con ella la mas cruel
dictadura de la América toda.
El
retorno de la democracia lo encontró a José transformado en un cuadro político.
Tanta sangre de pueblo se convirtió en revancha para los peronistas, ahora
despojados del ala izquierda. Alfonsín pudo convencer más pero terminó jaqueado
por el poder real. El peronismo sin Perón encontró en el Turco más potencia
nacional y popular que en Cafiero y al poco tiempo, al ser electo, aquel se
despojó de sus compromisos electorales asumidos en campaña y el país fue
colonia una vez mas.
José
había escalado alto y después de la reelección del ’95 llegó a ser intendente. Se
desbocó con el registro de poder y sus tres amigos, ascendidos a cargos políticos
lo jodieron por inexpertos. El contrato final tenia clausulas no incorporadas
en los pliegos. La burrada era tal que sus propios abogados le aconsejaron
anular la licitación. El no quiso, se emperró en que era legal acordar clausulas
por imponderables. En realidad eran sus ansias de dinero rápido la que marcaba
el ritmo a su mente.
El
senador prendió un habano, dio tres pitadas rápidas y el circulo ardiente se
dibujo en la punta del puro. Otra pitada lenta y largando el humo al techo le
dijo.
-Mira José, el Turco está que trina. Le
metes un quilombo justo que la oposición se cansó de llamarnos corruptos en la
reelección, y vos a los seis meses salís con esto.
-Senador yo puedo arreglarlo, deje que hable
con la prensa. Están queriendo plata.
-Todos quieren plata José, pero esto es muy
distinto. Esos boludos que pusiste en Obra y Servicio Público son muy nabos. ¡Como
van a pelearse con Neustand! el Turco me dijo que los rajes ya.
-Senador deme 24hs. Otros abogados me dicen
que las posibilidades de justificar…
-José no te pongas en difícil, el Jefe manda
y todos cumplimos, te olvidaste quien te puso ahí… o queres volar vos y toda tu
cría. ¡A ver si entendes viejo! -Gritó-.
El
senador había perdido la calma inicial, el puro dibujaba siluetas de humo
mientras gesticulaba con vehemencia. José callado escuchaba la larga perorata
del anciano político que al terminar le exigió una respuesta inmediata.
De
vuelta al sur bonaerense seguía encadenando recuerdos de su militancia rica en
anécdotas de luchas ganadas y pérdidas, sus tres amigos aparecían en casi
todas. Recordó a su madre y a su tío, también la casa que él construyó y en la
que aun vivían sus hermanos. Un sabor y un olor acre del habano le había quedado
en la boca y en la ropa. Sólo estaba convencido de una sola cosa; José Scoti nunca
volvería a perder.
JCF/Setiembre de 2013