lunes, 7 de octubre de 2013

El intendente


El recordaba su niñez. En ese momento no lo pudo poner en palabras, pero lo sintió; juró nunca más cagar en un tacho entre las chapas del rancho. Quería un baño amplio, como los que se veían en las películas.


José Scoti nació en 1942 en un caserío pobre. Los recuerdos de infancia surgen como islotes de memoria mientras el automóvil oficial va hacía el Congreso de la Nación. Un carro de cartoneros, prohijados por los ’90, le trae las imágenes de esa villa gris en los alrededores de Burzaco, en el sur bonaerense. Seis hermanos, algunos de distinta “guasca” -como le dirían en el barrio- todos guachos de padres pero con la madre siempre presente. Siempre las madres están presentes para bien o para mal. En su caso fue para bien. El único cariño que lo humanizó venia de ella y de su tío. Los hermanos estaban también en sus afectos, pero eran distantes al sufrir su liderazgo como el mayor a cargo cuando la madre los dejaba durante el día. Ella trabajaba de domestica en esas casas que tenían un baño como el que soñaba José.

Era inteligente, en la primaria se especializaba en joder a los compañeros pero todo le era perdonado porque en los exámenes era el salvavidas de media aula, sobre todo en historia, lenguaje y matemáticas. En el secundario, donde a veces se forjan las amistades más profundas, conoció a los que serian sus tres amigos de toda la vida. Los cuatro vivieron las aventuras propias de al edad, incluidas las exploratorias al sexo con prostitutas, como era de rigor en esa época. Juntos debutaron de uno en fondo. La excitación tapaba un poco la nausea de lo grotesco. En él se asomaba una sensibilidad heredada de su madre que se lo transmitió en los hechos; la dignidad del trabajo y el respeto con la propiedad ajena. Pero “la calle” educa mas que la familia cuando la ambición es revancha. En la calle hay una realidad de brutalidad absoluta producida por la fuerza del dinero, “el gran moderador de la vida pública y privada” le diría algún jefe capanga.

Sin profesión o herencia sólo veía el camino de la política como alternativa de ser “alguien” pero no sabia como empezar. Esa idea lanzada en su imaginario se encontraría con la oportunidad en el futuro.

Los cuatro eran peronistas, habían vivido en carne propia la alegría y el privilegio de ser niños en la década dorada. A los 8 años él ayudaba a su tío los fines de semana, entusiasmado más por la diversión que por la obligación. Mientras que pretendía levantar paredes el tío le cantaba la marchita, “Todos unidos triunfaremos…” que él repetía a coro. A esa edad José estaba curtido por la tragedia de la miseria, que surgía a golpe de vista cuando acompañaba a su madre al centro. Esa conciencia de realidades tan abismalmente distintas siempre dejan marcas en el alma.

El tío fue de los primeros en ir a la Plaza el 17 de Octubre del ’45. Siempre recordaba que un día él le enseñó -riendo a carcajadas- la foto de la portada del diario Crítica, donde aparecía alguien subido a una columna de alumbrado; el tío le decía que era él que se subió para verlo mejor a Perón saliendo al balcón de la Rosada. Nunca supo si se reía porque era una mentira o de emoción contenida por el recuerdo verdadero. Se enteró que los ladrillos y chapas para levantar la nueva casa se los daban la Fundación Evita, y que por primera vez iba a disfrutar de un baño adentro. La noche anterior a la mudanza vio a su madre llorar de alegría mientras cocinaba. Años después él y sus tres amigos lo acompañaron a su tío en interminable caravana para despedir a la que llamaban “abanderada de los humildes”. A los trece años lo quiso acompañar pero su madre se negó, era el ’55 y su tío nunca volvió. Era militante de la UOCRA y como muchos mas cayeron defendiendo la dignidad de ser ciudadanos con derechos.

José ya había pasado por pocos empleos con sueldos y patrones miserables. Ya recibidos del comercial, sus amigos entraron como empleados municipales con un futuro gris pero asegurado. Habían logrado el nombramiento, como casi todos, por favores debidos a algún familiar, una coima o arreglo pertinente. No eran amantes del trabajo. El futbol, las mujeres y el truco estaban entre sus primeras prioridades. El criticaba esa desidia, pero por afecto, cada tanto era de la partida.

-¡Todo está en manos de la justicia y debemos ser respetuosos de los tiempos y el debido proceso! Le respondía desafiante a la pregunta del periodista novato, que casi lo increpaba al bajar del auto en el ingreso al Honorable Congreso de la Nación. El tema fue tapa en algún diario sobre las denuncias de corrupción hecha por los vecinos, en relación a su primera gran contratación de servicios. El asunto había sido negociado seis meses después de asumido como intendente. La recolección de basura representaba el 40% del presupuesto municipal. La empresa estaba sospechada de tener ganancias siderales al incluir los aumentos decretados como adicionales al mes de iniciar la contratación. La letra chica que le dicen, la avalaba.

En los años ‘60 José logra ingresar al sindicato de la UOCRA por los conocidos de su madre, los compañeros que habían despedido a su tío en la capilla ardiente que se realizó en el local cerrado que el sindicato tenia en Monte Grande. A los 23 años tenia sus primeros representados en una fábrica de cemento armado. Allí pudo sentir por primera vez lo que significaba tener poder. Se imagino que ese era el trampolín para saltar al Consejo Deliberante. Pero para eso tenia que esperar a que la democracia volviera a su cauce, algo que iba a ocurrir en los ’70, cuando la dictadura de la llamada Revolución Argentina se declaraba incompetente por sus propias incongruencias y el movimiento de pinzas entre el sindicalismo leal a Perón y las organizaciones armadas que contaban con la aprobación del astuto general. Esa década fue para José el aprendizaje de cómo se hace política a partir de alianzas, aprietes y dinero, que él veía pasar de largo, mientras recordaba nombres y comprendía como se formaban las estructuras de poder.

Comenzó a escalar con el retorno de Perón. La sortija quedó en sus manos cuando conoció a Rucci. El secretario general de la CGT era el elegido del líder para coordinar su retorno definitivo a su patria, y José se ganó su confianza. Sus tres amigos le pusieron el cuerpo y las ganas para ayudarlo en el ascenso. Si bien el trabajo en la “muni” los acotaba, sacaron tiempo a sus vicios para apoyar al amigo. Pasaron largas noches de  invierno haciendo pintadas con la frase “Perón vuelve y Viva Perón” sintetizada en forma de logo con la P inserta en el espacio vacío dentro de la V. La “yuta” los corría y varias veces los llevaron a la comisaría para fajarlos bien fajados, cosa de adoctrinar en la carne y evitar la reincidencia. Pero los tres aguantaron. Apoyados más en los códigos de lealtad que en la convicción partidaria. Eran peronistas pero no entendían bien la cosa política, la Justicia Social como principio les quedaba claro por experiencia, pero lo de Soberanía Política o Independencia Económica, los intuían como el resto del pueblo. La elección por quien votar era una cuestión de sentimientos hacia un líder o por afinidad de clase. Algo que también sucedía en los partidos conservadores, donde la elección se basaba en la tradición y en un concepto de libertad ligado más a la propia libertad de hacer riqueza, que a reconocer el derecho de los trabajadores. José entendió en esa época el sentido profundo del párrafo de la marchita que decía “…combatiendo al capital”.

Todavía tenia fresco en su memoria el aroma a pólvora del enfrentamiento en la Richieri, cuando se dividieron las aguas a la diestra y siniestra del general. La contradicción doctrinal que tan hábilmente había manejado desde Puerta de Hierro se evidencio en todo su dramatismo al pisar el teatro de operaciones. El quedó a la derecha de Perón junto con todo el sindicalismo “leal”. Desde el enorme palco construido cortando la ruta, paralelo al puente de la 205, él y sus tres amigos y compañeros se tirotearon con los “zurdos”, los tres salieron heridos, dos de gravedad. A partir de ahí José se sumo a la cadena del odio por la sangre derramada que duraría otra década, y más. La cosa se salió de control desde que se supo que el “Brujo” puso a Osinde como encargado de seguridad. Fachos y Zurdos en armas, eran los actores del conflicto dialectico en el medio de la Guerra Fría. Pronto del otro lado de la cordillera la sangre también definiría un solo ganador.

Ese año había ingresado al Consejo Deliberante como 15º Concejal del Partido Justicialista local. Asumió en Mayo y sobrevivió a las internas que terminarían arrasando con el gobierno de Cámpora y ese mismo año con la vida de Rucci. El operativo Traviata asesinó de 23 balazos a su principal referente sindical. La fórmula Perón-Perón también termino un año después con la vida del Teniente General y Presidente de la Nación. El autodefinido león herbívoro partió de este mundo con el grado mas alto del ejercito Sanmartiniano. La muerte corría el telón al más importante y controversial político argentino del siglo XX. Mientras tanto el “Brujo” sembraba el terror. En el país se desató la bestia fascista que enhebraba los caireles color sangre convencido de su misión sagrada. La edad oscura de la República había llegado y con ella la mas cruel dictadura de la América toda.

El retorno de la democracia lo encontró a José transformado en un cuadro político. Tanta sangre de pueblo se convirtió en revancha para los peronistas, ahora despojados del ala izquierda. Alfonsín pudo convencer más pero terminó jaqueado por el poder real. El peronismo sin Perón encontró en el Turco más potencia nacional y popular que en Cafiero y al poco tiempo, al ser electo, aquel se despojó de sus compromisos electorales asumidos en campaña y el país fue colonia una vez mas.

José había escalado alto y después de la reelección del ’95 llegó a ser intendente. Se desbocó con el registro de poder y sus tres amigos, ascendidos a cargos políticos lo jodieron por inexpertos. El contrato final tenia clausulas no incorporadas en los pliegos. La burrada era tal que sus propios abogados le aconsejaron anular la licitación. El no quiso, se emperró en que era legal acordar clausulas por imponderables. En realidad eran sus ansias de dinero rápido la que marcaba el ritmo a su mente.

El senador prendió un habano, dio tres pitadas rápidas y el circulo ardiente se dibujo en la punta del puro. Otra pitada lenta y largando el humo al techo le dijo.
-Mira José, el Turco está que trina. Le metes un quilombo justo que la oposición se cansó de llamarnos corruptos en la reelección, y vos a los seis meses salís con esto.
-Senador yo puedo arreglarlo, deje que hable con la prensa. Están queriendo plata.
-Todos quieren plata José, pero esto es muy distinto. Esos boludos que pusiste en Obra y Servicio Público son muy nabos. ¡Como van a pelearse con Neustand! el Turco me dijo que los rajes ya.
-Senador deme 24hs. Otros abogados me dicen que las posibilidades de justificar…
-José no te pongas en difícil, el Jefe manda y todos cumplimos, te olvidaste quien te puso ahí… o queres volar vos y toda tu cría. ¡A ver si entendes viejo! -Gritó-.
El senador había perdido la calma inicial, el puro dibujaba siluetas de humo mientras gesticulaba con vehemencia. José callado escuchaba la larga perorata del anciano político que al terminar le exigió una respuesta inmediata.

De vuelta al sur bonaerense seguía encadenando recuerdos de su militancia rica en anécdotas de luchas ganadas y pérdidas, sus tres amigos aparecían en casi todas. Recordó a su madre y a su tío, también la casa que él construyó y en la que aun vivían sus hermanos. Un sabor y un olor acre del habano le había quedado en la boca y en la ropa. Sólo estaba convencido de una sola cosa; José Scoti nunca volvería a perder.

JCF/Setiembre de 2013