lunes, 31 de diciembre de 2012

El humanismo existencialista.


Resumen del libro Un humanista contemporáneo, de Salvatore Puledda. Del capitulo El humanismo existencialista. (pag 30-36 versión digital).

Los textos publicados en este libro testimonian, aunque parcialmente, la investigación que fue el hilo conductor de la vida de Salvatore Puledda: el ser humano, su origen y su destino, su historia y sus aspiraciones, sus conquistas y sus posibilidades evolutivas. Esta investigación, que parte de la ciencia (Puledda era químico), ha abarcado la filosofía, la mitología, la historia y la política. En Interpretaciones del humanismo, a través del análisis de los contextos histórico-filosóficos que dieron lugar a distintas formas de interpretar el humanismo, conduce al lector a aclarar el concepto mismo de humanismo y a descubrir el Nuevo Humanismo —el Humanismo Universalista, que encuentra su fundamento en las obras de Silo— que hoy se perfila frente a la nueva civilización que está emergiendo y que, por primera vez en la historia, tendrá una dimensión planetaria, común a todos los seres humanos.  

El humanismo existencialista

Inmediatamente después de la segunda guerra mundial, el panorama cultural francés se ve dominado por la figura de Sartre y por el existencialismo, la corriente de pensamiento que él contribuyó a difundir a través de su obra de filósofo y escritor, y de su engagement o compromiso político-cultural.

La formación filosófica de Sartre recibe principalmente la influencia de la escuela fenomenológica. Becado en Alemania en los años 1933-34, Sartre entra en contacto directo con el pensamiento de Husserl y Heiddeger. Es precisamente en la fenomenología y en su método de investigación que Sartre encuentra los instrumentos para superar la filosofía académica francesa de su tiempo, fuertemente teñida de espiritualismo e idealismo, hacia la que siente un neto rechazo.

Para Sartre —que hace propia la posición de Husserl— la conciencia no es un simple contenedor de «hechos» síquicos, ni una suerte de espejo que pasivamente refleja, o deforma, la realidad externa; la conciencia es fundamentalmente intencional, activa, posee su propio modo de estructurar los datos sensibles y de construir «realidades» que, aun dependiendo de éstos, presentan características que les son propias y específicas.

La aplicación del método fenomenológico a temas de sicología se formaliza en tres ensayos: La imaginación (1936), Esbozo de una teoría de las emociones (1939) y Lo imaginario (1940). Para Sartre no se trata de estudiar esta o aquella emoción, o de recoger datos sobre particulares comportamientos emotivos —como lo haría un sicólogo tradicional—, sino de ir a las estructuras fundamentales de la conciencia que permiten y explican el fenómeno emotivo. La emoción y la imaginación son tipos organizados de conciencia, modos particulares de relacionarse con el mundo, de atribuir un significado a las situaciones que se viven. Además, las imágenes mentales no son simples «repeticiones» de datos externos, de objetos, o de hechos; la función imaginativa, al contrario, revela la propiedad fundamental que tiene la conciencia de tomar distancia de las cosas, de trascenderlas, y de crear libremente otra realidad, como la actividad artística demuestra en sumo grado.

Sartre reformula el concepto fundamental de la fenomenología —la intencionalidad de la conciencia— como trascendencia hacia el mundo: la conciencia trasciende a sí misma, se supera continuamente hacia el mundo de las cosas. Pero el mundo, a pesar de ser el soporte de la actividad intencional de la conciencia, no es reductible a ésta: es lo otro para la conciencia, es la realidad de las cosas y los hechos, realidad maciza y opaca, dada, gratuita. El mundo es absurdo e injustificable: está ahí, pero podría no estar porque nada lo explica; es contingente, pero sin embargo esta allí, existe. O mejor dicho ex-siste, en el lenguaje sartriano, o sea emerge, asomándose a la conciencia.

Entre tanto, el horizonte político internacional se iba oscureciendo nuevamente con los primeros síntomas de la «Guerra Fría» entre la URSS y Estados Unidos, y nuevas amenazas de conflicto comenzaban a condensarse sobre la Europa dividida.

Fue así que, en el nuevo clima de post-guerra y en la confrontación con el marxismo, Sartre se esforzó por reelaborar su existencialismo, enfatizando principalmente los aspectos éticos y las implicancias intersubjetivas y políticas. El existencialismo se reformula como doctrina humanista, en cuyo centro están el hombre y su libertad, pero además invoca el compromiso militante en la sociedad y la lucha contra toda forma de opresión y alienación.

Es entonces con esta intención que Sartre publicó, en el año 1946, El existencialismo es un humanismo. «Trataré hoy de responder a todas estas críticas dispares y es por ello que he titulado esta breve exposición. El existencialismo es un humanismo. Muchos se maravillarán de que aquí se hable de humanismo. Veremos en qué sentido lo entendemos como tal.
Nuestro punto de partida es, en efecto, la subjetividad del individuo, y esto por razones estrictamente filosóficas... No puede haber, en principio, otra verdad que ésta: yo pienso, por lo tanto soy. Esta es la verdad absoluta de la conciencia que se aprehende a sí misma. Toda teoría que considere al hombre fuera del momento en el cual él se alcanza a sí mismo, es antes que nada, una teoría que suprime la verdad, porque fuera del «cogito» cartesiano todos los objetos son solamente probables; y una doctrina de probabilidad que no esté sostenida por una verdad se hunde en la nada. Para describir lo probable es preciso poseer lo verdadero. Entonces, para que exista una verdad cualquiera, necesitamos una verdad absoluta; y ésta es simple, fácil de lograr, puede ser entendida por todos y consiste en aprehenderse a sí mismo sin intermediarios.»

Él cae en cuenta de que no puede ser nada (en el sentido en que se dice que alguien es simpático, malo, o celoso) si los otros no lo reconocen como tal. «Para obtener una verdad cualquiera sobre mí mismo es necesario que la consiga a través del otro. El otro es tan indispensable para mi existencia como para el conocimiento que yo tengo de mí. En estas condiciones el descubrimiento de mi intimidad me revela, al mismo tiempo, al otro como una libertad colocada frente a mí, la cual piensa y quiere solamente para mí o contra mí. Así descubrimos inmediatamente un mundo que llamaremos la inter-subjetividad, y es en este mundo que el hombre decide sobre lo que él es y sobre lo que los otros son».

Sartre reformula el concepto fundamental de la fenomenología —la intencionalidad de la conciencia— como trascendencia hacia el mundo: la conciencia trasciende a sí misma, se supera continuamente hacia el mundo de las cosas. Pero el mundo, a pesar de ser el soporte de la actividad intencional de la conciencia, no es reductible a ésta: es lo otro para la conciencia, es la realidad de las cosas y los hechos, realidad maciza y opaca, dada, gratuita. El mundo es absurdo e injustificable: está ahí, pero podría no estar porque nada lo explica; es contingente, pero sin embargo esta allí, existe. O mejor dicho ex-siste, en el lenguaje sartriano, o sea emerge, asomándose a la conciencia.

Lo mismo vale para el ser humano: es contingente, está destinado a morir, podría no estar, pero no obstante existe, está allí, arrojado en el mundo sin haberlo elegido, en-situación, en un tiempo dado y en un lugar dado, con ese determinado cuerpo y en esa determinada sociedad, interrogándose «bajo un cielo vacío». Y la náusea es entonces esa sensación de radical desasosiego que la conciencia registra frente a lo absurdo y a la contingencia de todo lo que existe, luego de haber puesto en crisis, o suspendido según el lenguaje de Husserl, los significados y los valores habituales.

En El ser y la nada (1943), la conciencia es descrita en lacerante tensión con el mundo que la rodea (el ser) con el que se encuentra necesariamente en relación, pero con el cual no se siente jamás en armonía completa. La conciencia, que es libertad absoluta de crear los significados de las cosas, de las situaciones particulares y del mundo en general, está siempre obligada a elegir, a discriminar la realidad. Por su propia constitución, ella contiene en sí misma a la nada en cuanto continuamente niega, anula lo existente, proyectándose más allá de lo que ya está dado, de lo que ya está hecho, creando nuevos proyectos, nuevas posibilidades. En esta tarea de incesante proyección y de auto-proyección que anula y reconstruye el mundo, el hombre es, por esencia, sus propias posibilidades; su existencia está de continuo puesta en juego por sus elecciones, proyectos y actos. Por lo tanto, lo que caracteriza a la realidad humana no es una esencia preconstituida, sino precisamente el existir, con un incesante preguntarse sobre sí misma y sobre el mundo, con su libertad de elegir y elegirse, con su proyección hacia el futuro, con su ser siempre más allá de sí misma. Pero es justamente la libertad de elegir, esta libertad absoluta que es la esencia misma de la conciencia, la que genera angustia. En El ser y la nada, siguiendo tanto a Kierkegaard y como a Heidegger, Sartre define a la angustia como la sensación de vértigo que invade al hombre cuando éste descubre su libertad y se da cuenta de ser el único responsable de las propias decisiones y acciones. A diferencia del miedo, que se refiere siempre a un objeto, la angustia no tiene referencia precisa, sino que es más bien «miedo a tener miedo» o, como decía Kierkegaard, es «temor y temblor» frente a la indeterminación y a la complejidad de las alternativas de elección que se presentan en la existencia. Y es para huir de la angustia que anida en la libertad, para eludir la responsabilidad de la elección, que los hombres recurren a menudo a esas formas de auto-engaño que constituyen los comportamientos de fuga y excusa, o a la hipocresía de la mala fe, cuando la conciencia trata de mentirse a sí misma, mistificando sus motivaciones y enmascarando e idealizando sus fines. Es el modo de ser no-auténtico de los burgueses descritos despiadadamente algunos años antes en la novela La náusea (1938) y en la colección de cuentos El muro (1939).

Todos los existencialistas de distinta extracción, ya sea cristiana o atea, incluso Heidegger y Sartre concuerdan en esto: que en el ser humano la existencia precede a la esencia. Para aclarar este punto, Sartre da el siguiente ejemplo: «Cuando se considera un objeto fabricado, como por ejemplo un libro o un cortapapel, se sabe que tal objeto es obra de un artesano que se ha inspirado en un concepto. El artesano se ha referido al concepto de cortapapel y, al mismo tiempo, a una técnica de producción preliminar que es parte del concepto mismo y que en el fondo es una «receta». Por lo tanto el cortapapel es por un lado un objeto que se fabrica de una determinada manera y, por otro, algo que tiene una utilidad bien definida... Por lo que concierne al cortapapel, diremos entonces que la esencia —o sea, el conjunto de los conocimientos técnicos y de las cualidades que permiten su fabricación y su definición— precede a la existencia..

Así, dice Sartre, en la religión cristiana, sobre la cual se ha formado el pensamiento europeo, el Dios creador es concebido como un sumo artesano, que crea al hombre inspirándose en una determinada concepción, la esencia del hombre, tal como el artesano común fabrica el cortapapel. En el Setecientos, (Nota de aclaración: entiendo que se refiere a 1700 Siglo XVIII) la filosofía atea ha eliminado la noción de Dios, pero no la idea de que la esencia del hombre precede a su existencia. Según tal concepción, dice Sartre, «...esta naturaleza, o sea el concepto de hombre, se encuentra en todos los hombres, lo que significa que cada hombre es un ejemplo particular de un concepto universal: el hombre» Éste afirma que si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el cual la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de ser definido por algún concepto: este ser es el hombre, o como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa en este caso que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre ante todo existe, se encuentra, surge en el mundo, y que luego se define. El hombre, según la concepción existencialista, no es definible, en cuanto al principio no es nada. Será sólo después, y será como se habrá hecho». Y más adelante precisa: «...el hombre no es de otro modo más que como él mismo se hace. Este es el primer principio del existencialismo. Y es también aquello que se llama subjetividad y que se nos reprocha con este mismo término. Pero, ¿qué queremos decir nosotros con esto, sino que el hombre tiene una dignidad más grande que la piedra o la mesa? Nosotros queremos decir que el hombre en primer lugar existe, o sea que él es en primer lugar aquello que se lanza hacia un porvenir y aquello que tiene conciencia de proyectarse hacia el porvenir. El hombre es, al comienzo, un proyecto que se vive a sí mismo subjetivamente; ...nada existe antes de este proyecto; ...el hombre, ante todo, será aquello que habrá proyectado ser» Refiriéndose a uno de los inspiradores del existencialismo, Dostoievski, Sartre afirma: «Dostoievski ha escrito: 'Si Dios no existe, todo está permitido'. He aquí el punto de partida del existencialismo. Efectivamente todo es lícito si Dios no existe, y como consecuencia el hombre está «abandonado» porque no encuentra en sí ni fuera de sí la posibilidad de anclarse. Y sobre todo no encuentra excusas. Si verdaderamente la existencia precede a la esencia, no podrá jamás dar explicaciones refiriéndose a una naturaleza humana dada y fija; en otras palabras, no hay determinismo: el hombre es libre, el hombre es libertad».

Éstas son entonces las ideas fundamentales del humanismo existencialista, según Sartre las formulara en 1945-46. Pero el pensamiento de Sartre sufrió, en los años sucesivos, continuos reajustes y, a veces, mutaciones profundas en un difícil itinerario que llevó al filósofo primero a ser un «compañero de camino» del Partido Comunista francés y luego a asumir una posición de abierta ruptura con éste, después de la invasión de Hungría en 1956. Asimismo, varias de las ideas expuestas en El existencialismo es un humanismo fueron reelaboradas más tarde. Después del encuentro con el marxismo, que lo estimuló a hacer un análisis más profundo de la realidad social, Sartre pasó a sostener la idea de una libertad ya no absoluta, sino condicionada por un conjunto de factores sociales y culturales.


jueves, 15 de marzo de 2012

La Meditación.


Krishnamurti fue un conocido escritor y orador en materia filosófica y espiritual. Sus principales temas incluían la revolución psicológica, el propósito de la meditación, las relaciones humanas, la naturaleza de la mente y cómo llevar a cabo un cambio positivo en la sociedad global.

Krishnamurti nació en la ciudad de Madanapalle, Andhra Pradesh, en la India colonial, y fue descubierto en 1909, cuando aún era un adolescente, por Charles Webster Leadbeater en las playas privadas del centro de la Sociedad Teosófica de Adyar en Madrás, India. Posteriormente fue adoptado y criado bajo la tutela de Annie Besant y C.W. Leadbeater dentro de la Sociedad Teosófica, quienes vieron en él a un posible Líder Espiritual. Sin embargo, rehusó a ser el mesías de un nuevo credo, hasta que en 1929 disolvió la orden creada para ese fin.

Alegaba no tener nacionalidad, ni pertenecer a ninguna religión, clase social, o pensamiento filosófico. Pasó el resto de su vida como conferenciante y profesor viajando por el mundo y enseñando sobre la mente humana, tanto a grandes como a pequeños grupos. Fue autor de varios libros, entre ellos La libertad primera y última libertad, La única revolución y Las notas de Krishnamurti. A la edad de 90 años dio una conferencia en la ONU acerca de la paz y la conciencia, y recibió la Medalla de la Paz de la ONU en 1984. Su última conferencia fue dada un mes antes de su muerte en 1986.

La meditación 
según Jiddu Krishnamurti

La meditación es lo mas importante en la vida de todo ser humano, que aspire a conocerse profundamente, y así desarrollar una dimensión espiritual, no necesariamente ligada a una religión.

Para comprender la meditación, para investigarla bien a fondo, ante todo debemos comprender la palabra y el hecho "meditación", porque casi todos nosotros somos esclavos de las palabras.

La palabra misma "meditación" induce en muchas personas cierto estado, cierta sensibilidad, cierta quietud, un deseo de lograr esto o aquello. Pero la palabra no es el acto.

La palabra, el símbolo, el nombre, si no se comprende totalmente, es algo terrible. Actúa como una barrera, convierte a la mente en una esclava de los prejuicios. Se levanta un muro entre lo que realmente es y lo que suponemos que es.
Superar ese muro es una de las cosas más difíciles. Ya que implica el riesgo de intentar aprehender con una mente abierta la experiencia de meditar.
Esa es una tarea muy ardua para una mente; exige precisión y claridad.

Sin claridad, uno no puede ver las cosas como son.
Hay una belleza extraordinaria en ver las cosas tal como son, y no desde nuestras opiniones, nuestros juicios y recuerdos.

Uno tiene que ver el árbol tal como es, sin confusión ninguna; de igual manera, tiene que ver el cielo que en un atardecer se refleja sobre el agua; simplemente ver, sin verbalizar, sin despertar símbolos, ideas o recuerdos.

En eso hay una belleza extraordinaria.

Y la belleza es esencial. La belleza es la apreciación, la sensibilidad a las cosas que a uno lo rodean: la naturaleza, la gente, las ideas. Si no hay sensibilidad, no habrá claridad; las dos cosas van juntas, son sinónimos. Esta claridad es esencial si queremos comprender qué es la meditación.

Una mente confusa, atrapada en las ideas, en las experiencias, en todos los impulsos del deseo, sólo engendra conflicto.

Si no hay meditación, no es posible ir más allá de los límites del pensamiento, de la mente y el cerebro. Y para investigar este problema de la meditación, desde el principio mismo tenemos que echar los cimientos de la virtud.

No me refiero a la virtud impuesta por la sociedad, una moralidad originada en el temor, la codicia, la envidia, en ciertos premios y castigos. Hablo de la virtud que se genera de modo natural, fácil y espontáneo, sin conflicto ni resistencia de ninguna clase, cuando hay conocimiento propio.

Sin conocimiento propio, hagan lo que hicieren, no es posible el estado de meditación.

Por "conocimiento propio" se entiende conocer cada pensamiento, cada estado de ánimo, cada sentimiento, conocer la actividad de nuestra mente. En definitiva la condición previa para meditar es estar atento. Es importante comprender qué es este conocimiento propio; ese  simplemente estar alerta, es observar nada más el movimiento de la mente.

Por consiguiente, ante todo uno debe estar muy claro, no confuso. La claridad es esencial. Entiendo por claridad; ver las cosas como son, ver "lo que es", sin opinión ninguna, ver el movimiento de la propia mente, observarlo con diligencia, con atención y minuciosidad, sin ningún propósito, sin directiva alguna.

El simple observar requiere una claridad asombrosa; de lo contrario, no es posible observar.

Si uno observa a una hormiga en sus movimientos, realizando todas las actividades que realiza, y aborda la observación con los distintos hechos biológicos que conoce acerca de la hormiga, ese conocimiento le impide observar.

Podemos observar como la mayoría de nosotros acepta las cosas muy fácilmente, somos crédulos porque ansiamos consuelo, seguridad, un sentimiento de esperanza, deseamos que alguien nos salve -Maestros, salvadores, gurúes.-. Y aceptamos con prontitud y facilidad; y con igual facilidad negamos, según cómo esté el clima de nuestra mente.

De modo que la "claridad" es ver las cosas como son dentro de uno mismo. Porque uno forma parte del mundo, es el movimiento del mundo. Uno es la expresión externa del movimiento que se desarrolla internamente; es como la marea que sale y entra.

El mero concentrarse en uno mismo, o el observarse como algo separado del mundo, lleva al aislamiento y a todas las formas de neurosis, miedos, fobias, etc.

Pero si uno observa el mundo, si sigue el movimiento del mundo y se deja llevar por ese movimiento cuando éste penetra en lo interno, entonces no hay división entre uno mismo y el mundo, entonces uno no es un individuo opuesto a lo colectivo.

Y tiene que existir este sentido de observación, que consiste tanto en observar como en explorar, escuchar y estar alerta. Uso la palabra observar en ese sentido. El acto mismo de observación es el acto de exploración.

Tiene que haber observación, claridad, conocimiento propio y, a causa de ello, virtud. La virtud es una cosa que florece todo el tiempo en bondad; uno puede haber cometido un error, haber hecho algo feo, pero eso se ha terminado; uno se está moviendo, floreciendo en bondad porque se conoce a sí mismo. Habiendo echado esos cimientos, es posible dejar de lado las oraciones, el murmurar palabras y el adoptar posturas extrañas para meditar.

Si meditamos deliberadamente, eso nos lleva a distintas formas de autohipnosis, a distintas formas de experiencias proyectadas por nuestros propios deseos, por nuestros propios condicionamientos; y esos condicionamientos, esos deseos moldean nuestra mente, controlan nuestro pensamiento.

Por eso, un hombre que de verdad quiera comprender el significado profundo de la meditación, debe comprender el significado de la experiencia; además, su mente tiene que estar libre de toda búsqueda. Eso es muy difícil. Porque eso es lo que todos persiguen: cuanto más pueden controlar el pensamiento, más creen que han avanzado en la meditación. Para mí, cualquier forma de control --físico, psicológico, intelectual, emocional-- es nociva. Por favor, escuchen cuidadosamente. No digan: "Entonces haré lo que me plazca". No estoy diciendo eso.

Estar atentos implica un estado extraordinario de la mente --estar atentos a cuanto los rodea, a los árboles, al pájaro que canta, al Sol que está detrás de ustedes; estar atentos a los rostros, a las sonrisas; estar atentos a la suciedad del camino, a la belleza de la tierra, a la palmera contra el cielo rojo del crepúsculo, a la onda sobre el agua--, simplemente estar atentos, sin preferencia alguna.

Escuchen a esos pájaros, sin nombrarlos, no reconozcan la especie, sólo escuchen el sonido. Escuchen los movimientos del propio pensar, no los controlen, no los moldeen, no digan: "Esto es bueno, eso es malo". Simplemente, dejenlos pasar no se apeguen a ellos. Eso es la percepción alerta, en la que no hay opción, ni condena, ni juicio, ni comparación o interpretación; sólo observación pura. Eso hace que la mente sea altamente sensible. En el momento en que nombran o encasillan, han retrocedido y la mente se embota, porque eso es lo que acostumbran hacer todos los días.

En ese estado de percepción alerta hay atención, no control ni concentración. Hay atención. O sea, escuchan a los pájaros, ven la puesta del Sol, contemplan la quietud de los árboles, oyen pasar los automóviles, oyen a quien les habla; y están atentos al significado de las palabras, a sus propios pensamientos y sentimientos y al movimiento de esa atención. Están atentos globalmente, sin un límite, no sólo de manera consciente, sino también inconscientemente.

Ahora bien, esta atención exige una energía tremenda, se trata de la energía del conocimiento propio. Gracias a que han echado los cimientos correctos, de ello surge la energía que necesitan para estar atentos, energía en la que no hay ningún sentido de concentración.

Esa mente silenciosa ya no busca, no espera experiencias; no experimenta nada en absoluto. Confío en que comprendan todo esto. Tal vez no lo comprenden. No importa, simplemente escuchen. No se sientan hipnotizados por mí, sino presten atención a la verdad de esto.

Quizás entonces, cuando estén caminando por la calle o se encuentren sentados en un bar o contemplando la lluvia o un campo sembrado, el estado de meditación llegue inadvertidamente, como un susurro desde una tierra muy remota. Así, la mente quedará en completo silencio, sin ninguna forma de presión, ni compulsión.

Este silencio no es algo producido por el pensamiento, porque el pensamiento ha cesado, toda la maquinaria del pensamiento ha llegado a su fin. El pensamiento debe terminar; de lo contrario, producirá más imágenes, más ideas, más ilusiones, más, más y más.

Cuando la mente está por completo silenciosa, entonces, a causa de ese silencio, en ese silencio mismo, hay un movimiento por completo diferente.

Ese movimiento no es un movimiento creado por el pensar, por la sociedad, por lo que ustedes han leído o no han leído. Ese movimiento no pertenece al tiempo o a la experiencia, porque no contiene experiencia alguna.

Para una mente silenciosa no hay experiencias.

Una luz que arde brillantemente, una luz intensa, no requiere nada más, es luz para sí misma. Ese movimiento no es un movimiento en ninguna dirección, porque la dirección implica tiempo. Ese movimiento no tiene causa, porque cualquier cosa que tenga una causa produce un efecto y ese efecto se convierte en la causa y así sucesivamente: una cadena interminable de causa y efecto.

Por lo tanto, no hay en absoluto ni efecto, ni causa, ni motivo, ni experiencia. Debido a que está por completo quieta, naturalmente silenciosa, ya que ustedes han echado los cimientos correctos, la mente se halla relacionada de manera directa con la vida, no está divorciada del vivir cotidiano.

Si la mente ha llegado hasta ahí, ese movimiento es creación. Entonces no hay ansiedad por expresarse, porque una mente en estado de creación puede expresarse o no expresarse. Ese estado de la mente que se halla en completo silencio tiene su propio movimiento; esa mente se moverá en lo desconocido, en aquello que es innombrable.

Fuente: http://omarpal.blogspot.com